Nadie te va a querer nunca. Eres una gorda asquerosa. Morirás sola... Sola...
Me desperté sudorosa. Estaba aterrorizada. Tenía mucho miedo a que los dolores del pasado volviesen. Toda fuerza que pudiera tener durante el día, desvanecía cada noche en forma de pesadilla.
Limpiando el sudor de mi frente, miré a mi derecha. Nada. Totalmente vacía.
Como cada mañana, me mentalicé de que todavía era joven, de que todavía podría encontrar a alguien que me amara de la misma manera que yo amé a la persona equivocada.
Cogí mi iPhone de la mesilla de noche. Miré la hora. Las seis de la mañana. Me levanté de la cama y miré por la ventana. Unas maravillosas vistas de un amanecer en Arizona, me levantaron el ánimo. Un sol naciente contra las rojas rocas, creando un contraste realmente hermoso, levantaba el ánimo a cualquiera.
El tono de llamada de mi móvil me sobresaltó. Observé el número. "Darek". ¿Qué querría después de cuatro años?
―¿Sí?―contesté lo más serena que pude.
―¿Sabes quién soy?―su voz provocó que numerosos escalofríos recorrieran mi cuerpo.
¿Qué le decía? ¿Le decía que sí o que no? ¿Le decía que resultó ser un cabrón y que me deje olvidarle en paz? No, sabía perfectamente que nunca lo había olvidado y que nunca lo haría.
―Hmmm... No, ¿debería?
―Soy Darek.
―¡Darek!―me lamenté, eso había sonado muy desesperado―.Espera... ¿Qué Darek?
―Toppasshole, nos conocimos hace cuatro años... por Internet.
―¡Ah, hola! ¿Y a qué se debe tu llamada?
―A reclamarte algo.
―¿Tú a mí? Venga, por favor―me estaba enfadando por momentos.
―Sí, dijiste que en cuanto estuvieras en mi cuidad, me avisarías.
―Perdiste todo derecho hace cuatro años, ¿no crees?
―Yo...―Darek no pudo seguir hablando, ya que lo interrumpí.
―Bueno mira, ya que lo sabes... puedes ayudarme a colocar unas cosas de la mudanza... Y así me ves y quedas contento. Si vienes bien, y si no, también.
Le di la dirección, colgué y apagué el dichoso aparato.
Antes de que comenzara a arrepentirme, me dirigí al cuarto de baño a ducharme.
Los chorros del agua comenzaron a caer por mi bronceada piel. Consiguieron relajarme unos segundos, pero las dudas llegaron a mi cabeza poniéndome histérica. Nada más acabar, me sequé y me puse de nuevo el pijama.
Desayuné por rutina, ya que las ganas eran nulas. El odioso tono del teléfono fijo me hizo detestar más aún a la humanidad.
―Brooke.
―¿Puedes quedarte con Kevin? Me han cambiado el turno y...
―Está bien, trae a ese mocoso. Sin retraso, que nos conocemos.
―No le llames mocoso, es adorable.
Sonreí, me encantaba pinchar a mi hermana.
―Oh, vamos... Es un bebé: come, caga, llora y duerme.
―¿Te recuerdo quién aguantaba todo eso?
―Eres la mayor, si fuera al revés, yo sería la que hubiese tenido que aguantar todo eso.
―Que sí, que sí, enana; lo que tú digas. ―las dos reímos.―En media hora nos vemos.
Miré a mi alrededor. Sólo había cajas. Abrí una. Libros y más libros. Mi adolescencia se había basado en eso: soñar a través de las palabras, huir de la triste realidad. Uno en concreto me llamó la atención. «Carolina se enamora» de Moccia. Cerré la caja y lo puse sobre ella. Antes de dormir comenzaría a leerlo de nuevo.
Fui a mi cuarto y abrí el armario. Vacío. Claro, todo estaba en cajas todavía. Cogí los primeros vaqueros que vi y una camiseta. En cuanto me hube vestido, regresé al cuarto de baño y me arreglé el pelo.
Quité el plástico que cubría el sofá y me tumbé en él a esperar.
―¡BROOOKE!
¿Qué? ¿Cómo? ¿Ahora es moda peinar calvos? ¡KEVIN! Me levanté a la velocidad de la luz y, seguramente con unos pelos de loca de los gatos, abrí la puerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario